lunes, 1 de septiembre de 2014

FIN SIN PRINCIPIO

(Por Sofía Montealegre)

Como si nada pasara, sin previo aviso ni advertencia, te olvidaste de como hacerlos felices, sus caras han comenzado a apagarse y tu lo sabes mejor que nadie, lo notas conmigo.
Pero tu también lloras y no sirve de nada.
¿Donde escondiste las armas?, el revólver, donde escondiste el escudo, el chaleco anti balas. ¿De donde se supone que tengo que sacar la armadura si se las escondiste para que no hicieran travesuras?.
Para que te pregunto, si pareciera que te las escondiste a ti.
Y no sabes.
Menos se yo como solucionar esto.
La luna se nos escondió y la noche está como boca de lobo. ¿Nos rendimos? Pensaba que éramos fuertes, espérame que voy a sentarme a llorar contigo.




A ella si que le gustaba llorar, sentía cómo todos los pesos se disolvían y el alivio llegaba apenas terminado el llanto, mientras que cuando no lo hacía, sentía como el corazón saltaba tan fuerte hasta topar con la garganta y empujaba hasta humedecer.
Pucha que le gustaba llorar, pero el Morocho ahora también lloraba, y ella sabía bien que si los dos lloraban no lograrían nada más que llenar habitaciones y tendrían que comenzar a nadar y construir balsas, y ya habían pasado por eso antes.
Así, él le decía:
-Flaca no llores, por favor no llores- Mientras le dejaba el chaleco estilando en lagrimas, decía - ¿Por qué eres tan linda, flaquita, por qué?
Y así se veían los dos, él abrazándola, escondía la cara en su pecho como un niño chico, y ella que poca pinta de grande que tenía le acariciaba el pelo cochino con sus dedos.
-Sólo soy linda contigo- respondía con rabia. Quizás no era rabia, sino pena, pero más que pena por él era pena por ella.
Tenían que hacerse cargo de este infierno que se habían hecho solos, donde los momentos felices, la esperanza y las ganas de vivir habían encontrado el revolver o simplemente se habían colgado.
Y ahí estaban los dos, así se veían, el Morocho que la abrazaba, botando a la basura 25 años de madurez y compostura, ella le acariciaba el pelo cochino pensando que era infeliz, pero feliz se quedaría allí toda la vida, pensando en que se le olvidó el abrigo amarillo en la tintorería, que el Morocho tenía el pelo cochino, pero era tan suave, pensando que lo amaba. Así se veían, ella con cara de no entender nada, pero entendiendo todo, y el Morocho repetía:
-Sólo contigo me abro- aún lagrimando levantaba sus ojos de vez en cuando y le decía:-¿Por qué eres tan linda, flaquita, por qué eres tan linda?




No hay comentarios:

Publicar un comentario